El ascenso del mariposario

mujer con corazones

JUAN heredó de su padre la pasión por coleccionar mariposas. Era un legado familiar que los llenaba de orgullo. Una tradición que se había hecho leyenda entre los habitantes del pueblo. Las comadronas de lugar se llenaban la boca hablando sobre la familia "Muesbe": de lo unido que eran y cómo compartían hasta su tiempo libre, transformándolo en pasatiempos rentables. Sostenían que la fortuna que habían adquirido no era por la venta de trigo, sino por aquella extraña afición de cazar y disecar esos bellos ejemplares.

Tomaron por costumbre regalar en cajitas de pana azul, un ejemplar de muestra de aquel imponente mariposario. Como corolario a tanto lujo, la cajita lucía orgullosa grabada en su tapa la letra M fileteada en dorado, anunciando la inicial del apellido familiar adueñado del destino de los desdichados animalejos. La gente quedaba arrobada en el momento mismo en que deslizaban la tapa aterciopelada hacia arriba y asomaba la belleza de aquellas mariposas inertes suspendidas de ínfimos ganchillos de plata.

Parecía que volaban. Quedaban como embelesados, extasiados ante la efímera ilusión de haberle arrebatado aunque sea un aleteo a esas furtivas mariposas. No había aniversario, cumpleaños o agasajo en donde no se hicieran presente con la cajita de regalo entre sus manos como ofrenda decorativa. El pueblo entero se estremecía ante aquel inservible animal, cuya función solo era el adorno de estanterías y que pensaban valía cuantiosas fortunas en el mercado negro.

Juan, un buen día, tuvo la idea de regalarle a la muchacha de sus sueños una mariposa disecada como símbolo de su amor. Con tal mal atino, que en vez de sorprenderla con su ansiado anillo, la aterró desmedidamente. Olivia al abrir -esperanzada la cajita que contenía la alianza de sus sueños; se horrorizó al ver la mariposa inerte por lo que resbaló y golpeó su cabeza con tal fuerza en el cordón de la vereda, que fue directo a yacer en el piso sin anillo y sin alas.