La salud de la escalera

escalera

MARTÍN había llegado a la cima de su carrera. Desde hacía unos meses estaba instalado en su nueva oficina con vista panorámica de la ciudad y al río que auguraba una nueva costa, un poco más allá.

Se había esforzado, cumplió con todas los requisitos, había llegado a la cima de su carrera. Toda una compilación de estudios minuciosamente concatenados, le otorgaban parte de su mérito. Pero también se había esmerado en cumplir con sus horarios, con sus entregas, el doble de esfuerzo en cada una de sus gestiones.

Tenía merecido el ascenso. Cuando la Comisión Directiva le había pedido explicaciones acerca de cuestiones de índole personal referido al personal, Martín no había dudado.

Era por el bien de su empresa. Donde él había elegido crecer. Desarrollarse como profesional. Una generación de economistas y financistas con futuro prometedor, donde no podían pasar ciertas cosas.

No podía permitir que dos de sus compañeros se vieran a escondidas en la oficina. No era lugar para desarrollar sus sentimientos amorosos o sus vidas personales. Pero menos aún, en una oficina repleta de hombres.

La Comisión Directiva agradecida por el voto de confianza, despidió a los empleados sospechados y otorgó a Martín su sueño. Ahora Martín estaba orgulloso, había logrado por sus propios méritos el ascenso deseado.