El contador de almas

PEDRO nació en el legendario pueblo de Los Dorados. De pequeño aprendió el oficio de su padre de administrar las propiedades de los acaudalados terratenientes del lugar. Por este motivo, Pedro andaba siempre con manojos repleto de llaves. Tantas tenía que ya no sabía qué llave abría cuál puerta o para qué eran. Ante semejante panorama, Pedro empezó a colocar todo tipo de perchitas o ganchillos por todos lados con etiquetas para recordar a dónde pertenecían. Así un ganchillo al lado del otro, en largas hileras. Cuando la hilera se le acababa arrancaba abajo o arriba con otra, según pudiese.
Llegó a tener paredes enteras. Casitas prefabricadas dispuestas solamente para guardar llaves. De esta forma, se garantizaba de tener la llave, que albergaba las llaves. Es que había miles de ellas, de todas la puertas de ingreso a las distintas casas. Pero también de las puertas internas: que el baño, las piezas, el patio, los armarios, el sótano hasta de la puertilla del correo o de la cabina en dónde se encontraba la instalación del gas.
Si le preguntaban dónde estaba la llave que abría la puerta de la casa de Filomena de Aráoz, no tenía ni la más remota idea. Ya ni podía recordar que doña Filomena había sido una gran amiga de su padre. Que habían construido juntos la sociedad de fomento del pueblo y hasta, en alguna oportunidad, habían danzado en alguno de los espectáculos a beneficio escolar. Ante semejante panorama, a Pedro no le quedaba otra opción que preguntar la dirección exacta.
Entonces sabía que podía encontrar la llave correspondiente en la casilla ubicada en el entrecruce de la calle 10 y la principal. Luego a la altura correspondiente; con la salvaguarda de que llegado al lugar, se podían ubicar por orden alfabético debido a la multiplicidad de las disposiciones de los inmuebles, para facilitar la rapidez del encuentro con la llave pertinente. De esta manera, Pedro se convirtió en el contador oficial del pueblo.
Si querían saber el porcentaje de ocupación de vecinos para la fiesta patrona del pueblo, Pedro podía saberlo. Si querían saber la circulación de automóviles de los vecinos por la localidad, para Pedro era fácil. Tan solo tenía que prestar atención a cómo se desenvolvía la continua entrega y devolución de las llaves. Entonces, Pedro podía saberlo.
Como si el destino supiese lo imbricado de la situación, doña Filomena debió postergar el retiro de su fiel mascota Golden, debido a sus impostergables estudios médicos. Era el compañero de vida que la sostenía emocionalmente y la ayudaba a atravesar su ceguera por cataratas debido a lo avanzada de su edad. Con tanta mala suerte, que cuando fueron a buscarlo encontraron la puerta entreabierta y el pestillo a la vista de todos, menos de Doña Filomena que no le hacía falta ver, para saber que su amigo no estaba.
No recordaron haberla cerrado mal, pero evidentemente había girado en falso. Pues no había evidencia alguna de forcejeo o faltante de dinero u objetos. Como fuese, su amigo canino no estaba. Jamás apareció. Filomena murió de tristeza. Hoy Pedro cuando hace las cuentas, al final siempre le resta uno.