Los clavos de José

casita

DON José Argañará trabajó arduo durante toda su vida para construir la casa que le daría cobijo a su familia. Ya de pequeño hacía las changas del pueblo y con el paso del tiempo, todos sus vecinos pedirían por él para el arreglo de cualquier menester doméstico. Así fue abriéndose camino hasta llegar a vivir incluso de la venta de artículos y maquinaria para la construcción. Don José había hecho carrera a base de sacrificio. Su esposa lo acompañaba con dedicación y devoción. Como las mujeres de bien criadas en sacrificio para la unión familiar.

Como ofrenda a tanta lealtad familiar, Don José sentía que la construcción de su hogar era como un templo que haría su amor evidente ante los ojos de la comunidad. El lugar sagrado donde quedaría inmortalizado su compromiso y amor por la familia. Para eso, José había ahorrado durante tantos años, centavo por centavo.

Ahora que había llegado el momento tan esperado, José sentía que no era suficiente. Sus propios compañeros de negocios lo incentivaban a continuar con su arduo trabajo de duplicar los panes en favor de su familia. Por momentos, hasta su propia madre lo alentaba a invertir todo lo ganado nuevamente a fin de aumentar su patrimonio y salvar a la familia de la pobreza. José sentía que había hecho algo importante con su trabajo y con su vida. Su propósito en la tierra lo llenaba de satisfacción y orgullo personal.

Un buen día, en medio del arduo trajinar de resolver los negocios de urgente resolución; Don José llamó a su casa para saber a qué hora estaría la cena lista, tal como lo hacía todos los días. Pero llamó su atención que nadie contestó. Eso nunca ocurría en su día a día. Pensándolo bien, jamás ocurrió que su esposa no atendiera su llamado. Era imposible. Solo esperó unos minutos y volvió a llamar. Nadie. Indignado ante la situación, tomo sus llaves y fue directo a su casa. Nadie.

Salió al barrio a buscarlos y preguntar por ellos. Nada. Llamó a todos sus contactos para averiguar. Nada. Volvió a su casa, la revisó de punta a punta. Todo incólume. La cena humeante en la cocina. La casa limpia y ordenada como siempre. Las camas tendidas. La ropa en sus placares. Todo en su lugar y en orden. Nadie sabía qué podía haber pasado. Todo parecía absolutamente normal. Habían visto a su esposa en la tienda del barrio, saludó y comentó el menú del día que le aguardaba a José a su retorno. Igual que lo hacía habitualmente.

Esperó un tiempo prudente y realizó la denuncia en la Comisaría de la zona, bien asesorado por sus familiares y amigos. Los días pasaron y nada. Era como si se los hubiera tragado la tierra. Toda la comunidad estaba preocupada con la situación. Se llegó a fabular que habían sido raptados por extraterrestres debido a que no había ni un solo rastro que delatara lo acontecido. Conmovidos por José, la comunidad decidió comprarle algunos de los materiales para que no le quedaran de clavo.