La hermandad de Amparo

SOR Amparo nació en el seno de una familia católica tradicional italiana. Las normas eran sumamente estrictas en su hogar. Sus padres estaban orgullosos y no se cansaban de pregonar, a cuantos quisieran escucharlos, que el destino divino los había ungido. Quizá la cercanía con la Santa Sede, las raíces católicas de sus ancestros o simplemente el destino divino quiso que Amparo también siguiera con la tradición familiar al entrar como novicia con tan solo 15 añitos.

Sor Amparo supo hacer carrera dentro del Convento de la Ascensión. Quiso su educación estrictísima que fuese sumamente fácil para Amparo no ya adaptarse, sino perfilarse como la indicada para dirigir el destino impoluto del Convento. Sor Amparo se sentía resguardada en la casa del Señor y desde allí, sentía que extendía su protección a todas sus hermanas. Como fiel sirvienta de Dios.

Un buen día, quiso el destino que ingresara a la orden sor Juana. De carácter dócil, alegre y colaborativa, la hermana Juana supo ganarse su lugar a fuerza de un enorme trabajo interior para la aceptación de las normas católicas. A diferencia de Sor Amparo, las normas moldeaban a la hermana Sor Juana cada vez más humana, más falible, más afectuosa.

Un buen día el arzobispo de la Congregación anunció su visita oficial, a fin de constatar y aprobar los fondos requeridos por sor Amparo por su trabajo impecable en el Convento.Dicha visita resultó en fracaso contundente, pues no hubo norma religiosa que no fuese quebrada por sor Juana con cándida ingenuidad.

Prácticamente se encargó de arruinar la visita del arzobispo de forma categórica, dejando para sor Amparo la clara necesidad de solicitar el traslado de dicha hermana a otra Congregación. Con semejante contundencia en las decisiones, sor Amparo recibió el beneplácito del arzobispo y los fondos necesarios, entre los que se encontraba la instalación de un busto de su figura en conmemoración por el arduo trabajo de dar amparo a sus hermanas en el Convento de la Ascensión.